lunes, 12 de marzo de 2012

Mirando al cielo





Hace fresco. Se nota que el otoño ha entrado ya en el mundo, avisando de su presencia. El viento lo acompaña, cumpliendo un pacto firmado tiempo atrás, cuando todo era distinto. Cuando las palabras pronunciadas se cumplían, cuando los sueños... cuando los sueños se vivían.
Las noches son claras. Las mañanas frías. Los atardeceres, hermosos, con una brisa que se lleva lo poco que queda del día, meciendo los últimos segundos de luz.
El cielo rojizo arrastra el azul cobalto despidiéndolo hasta un nuevo día, dando la bienvenida al negro infinito, salpicado por miles de estrellas ya extinguidas, que aún así siguen brillando casi perpetuas, como testigos de tiempos remotos, o de deseos futuros.
Las sombras, jugando a ocultarse cuando el sol está en lo más alto, se muestran ahora cada vez más, retándose a cubrirlo todo.
La vida se marcha a descansar, a la vez que despierta en cada rincón.
El último rayo de sol se despide, en un instante mágico.
Parece que todo se ralentiza, y la calma todo lo puede.
Una tranquilidad salpicada de infinitas melodías se hace presente.
Y así, poco a poco, llega la noche.


Dicen que cuando algo o alguien se va, algo o alguien viene. Que un atardecer dará paso a un amanecer.
Cuentan que no existe el miedo a perder, sino el temor a ganar. Que la vida es un camino de lágrimas salpicado de sonrisas.
Pero cada día, un momento mágico e irrepetible sucede a nuestro alrededor, y queda grabado en los corazones de quienes saben apreciarlo. Pues, al final, la vida no se cuenta en años, meses o días... la verdadera vida, como alguien dijo, es la unión de los pequeños instantes de felicidad. Esos que tanto anhelamos cuando no los tenemos, esos que no vemos cuando formamos parte de ellos, como si el último rayo de un sol poniente nos cegara, como si el primer rayo de un sol naciente los ocultara.


Hace frío en la oscuridad de la noche. El raso del cielo deja caer, entre la lluvia de estrellas, innumerables sueños de quienes, a estas horas, están ya dormidos. Los rayos de luna los acompañan, ayudándoles a descender. Algunos los encontrarán a la mañana siguiente, una vez despiertos, y por suerte podrán vivirlos. Otros mirarán el cielo en una noche estrellada, y verán alejarse los suyos, lentamente, hacia lugares desconocidos.


Alzo la cabeza. Veo marchar el último de ellos, nacido poco tiempo atrás. Uno más que se va, como todos, sin despedirse. Supongo que es tiempo, de nuevo, de dejarse llevar y dejar que la cabeza, o el corazón, los fabrique. Prefiero perder uno y mil sueños, a dejar de soñar.

Más allá del horizonte, al este, una tenue luz apenas visible intenta asomar. Ha sido una noche más en vela, pasada entre pensamientos. Parece que está naciendo un nuevo día, para soñar, dormido, o despierto...






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